No, no es el nuevo deporte sueco, es la ocurrencia que se nos dio a unos pocos por salir a jugar fútbol a cero grados con la ciudad enhielada. Admito que no fue mi iniciativa y que fui engañado, porque en primer lugar me dijeron que había ocho personas para jugar y no habíamos sino tres y media; media porque uno escasamente podía caminar por una lesión de ski en las rodillas, y más se movían los muñecos de un futbolín. Y por otra parte me hablaron de “un pequeño campo cubierto con un poco de nieve ideal para jugar”. Así que me imagine como en un partido de la Champions League del Milán contra el Dynamo Kiev en una cancha blanca y con un balón anaranjado. Pero toda la ilusión se terminó, y no porque el balón fuese azul, sino porque cuando el promotor de la idea puso su pie en la nieve que cubría el presunto campo no piso suelo sino hasta medio metro debajo de la superficie. Sin embargo más pudo nuestra terquedad (o “ruchera”!) y empezamos a buscar otro sitio hasta que encontramos uno medianamente decente para no perder todas las ilusiones y hacer el intento de jugar un partido “dos” contra “uno y medio”. A la final se jugo bien, se paso un buen rato y se va aliviando la espera mientrás esta nieve se derrita.
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