Ayer cuando iba para el Estadio a ver jugar a Junior sabía que llegar no sería muy fácil por el caos en que se ha convertido la Murillo. Tenía puesta la camiseta de Junior, con lo cual estaba dando un obvio aviso de a donde iba, y la mayoría de los taxis ni siquiera paraban. Cuando finalmente uno paró, pensé, tocará pagarle lo que cobre, el tipo me pido diez mil pesos y me toco aceptar. Encima era un cachaco con una camiseta de Nacional, y en el imaginario mundo de las posibilidades yo mismo me aterraba en el peor de los escenarios atacado por una furibunda turba de alguna barra brava, pero ya no podía hacer nada, y además, nada de eso paso.
En el camino hacia el estadio por los atajos de Carrizal para evitar la murillo, nos encontramos un man con una camiseta de Junior, y el propio taxista paro y le dijo: “móntese socio pa’ que le salga más barata la carrera al parce”. Entonces me puse a pensar las cosas que pasan aquí y allá sobre las cuatro ruedas de un taxi, como cosas que aquí suceden en otros lugares ni se imaginarían y viceversa. Escribiré algunas cuantas historias de taxi, algunas muy breves, algunas tan obvias, algunas simples, porque en realidad hacen parte del día a día de los protagonistas pero que de algún modo se han marcado como un recuerdo particular en mi mente.
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