Quince días en Barranquilla, ya había caminado sus folclóricas y a hasta caóticas calles, comido pescado a la orilla del rió magdalena, navegado sus aguas, paseado por sus nuevos y antiguos centros comerciales, bailado música de la tierra, y comido arroz de coco, caribañola, papa rellena, arepa de huevo, arroz de lisa, bocachicos y mojarras, pero aún faltaba algo, algo que me hace sentir tan barranquillero como todo lo anterior; tenia que ir al Estadio Metropolitano y ver jugar a Junior, y ayer fue ese día.
Todo iba a empezar con una tremenda friera en mi casa que no sucedió porque mis amigos nunca llegaron a la hora. Mientras yo esperaba impaciente en mi casa, con una bermuda playera de color azul como el mar caribe, unas chanclas y dos legendarias camisetas de Junior que me recordaban el titulo del 2004. El reloj seguía avanzando y la oscuridad del cielo amenazaba con un inclemente aguacero, hasta que al fin se parecieron Fabio y Rafa, tarde como casi siempre. Con las mismas arrancamos pa’ el estadio, cada uno con un aguila en la mano, recorriendo una murillo en obras y más caótica que nunca.
El estadio seguía igual, los alrededores también, con los mismos billares a las afueras, los mismos revendedores de boletas, las butifarras, el guarapo, el arroz de payaso y hasta los chuzos de mil. Ya estaba adentro y el estadio no se iba a llenar, el cielo había dejado de amenazar y ya nos caía un aguacero que a larga terminó siendo más bien un chaparrón. El Junior salía a la cancha y viejos recuerdos venían a mi mente. Futbolísticamente las emociones no faltaron pero tampoco eran suficientes para hacer del partido una tarde memorable. El Junior corría y buscaba el partido, los pincelazos de fútbol aparecían, el pibe imponía su carácter y personalidad desde el banquillo, pero fue la anhelada entrada del piojo la que resolvió el partido y salvo la tarde que nos deja en la pelea y que me dejo una buena sensación en mi regreso al Metro.
Todo iba a empezar con una tremenda friera en mi casa que no sucedió porque mis amigos nunca llegaron a la hora. Mientras yo esperaba impaciente en mi casa, con una bermuda playera de color azul como el mar caribe, unas chanclas y dos legendarias camisetas de Junior que me recordaban el titulo del 2004. El reloj seguía avanzando y la oscuridad del cielo amenazaba con un inclemente aguacero, hasta que al fin se parecieron Fabio y Rafa, tarde como casi siempre. Con las mismas arrancamos pa’ el estadio, cada uno con un aguila en la mano, recorriendo una murillo en obras y más caótica que nunca.
El estadio seguía igual, los alrededores también, con los mismos billares a las afueras, los mismos revendedores de boletas, las butifarras, el guarapo, el arroz de payaso y hasta los chuzos de mil. Ya estaba adentro y el estadio no se iba a llenar, el cielo había dejado de amenazar y ya nos caía un aguacero que a larga terminó siendo más bien un chaparrón. El Junior salía a la cancha y viejos recuerdos venían a mi mente. Futbolísticamente las emociones no faltaron pero tampoco eran suficientes para hacer del partido una tarde memorable. El Junior corría y buscaba el partido, los pincelazos de fútbol aparecían, el pibe imponía su carácter y personalidad desde el banquillo, pero fue la anhelada entrada del piojo la que resolvió el partido y salvo la tarde que nos deja en la pelea y que me dejo una buena sensación en mi regreso al Metro.
STRIKES OUT:
Esta pausa todavía sigue, pero hasta una pausa amerita un pequeño receso.